-Han pasado tres años desde que tomaste la decisión de intentar seguir con tu vida; perdiste a tu esposo y a tu hijo por un sueño absurdo que terminó escupiéndote a la cara tu estupidez. Después del desengaño, sobrevino el alcohol, el remordimiento y lo peor de todo, la soledad. Después de ese desastre, cuéntame, ¿tienes fuerza para seguir luchando?, ¿no quisieras sucumbir antes que soportar tu pasado?-.
- A veces considero que la paz está sobrevalorada, y sólo puedes ser conciente de ello cuando te descubres luchando en su contra. Recordaré los tiempos en los que me preguntaba si el dolor cesaría en algún momento, anhelando encontrar reposo para mi mente y alma, suplicando un momento en blanco que diera freno a mi acelerada carrera. Bebía a tragos las emociones, buscaba empaparme de cada nueva sensación sin comprender el peligro de quedarme atrapada en alguna de ellas, embelesada con la provocación de sentirme viva y dueña de mis actos. En aquellas épocas, todo importaba, la lealtad y la verdad fueron monedas de cambio, el esfuerzo era la coraza y el dolor el constante recordatorio de que existía aún la esperanza de encontrar el bálsamo para calmarlo, entonces las cosas aún valían la pena-.
-¿Y crees que ahora realmente algo en tu vida tiene sentido?, ríndete ante las consecuencias de tus actos-.
-Los sueños eran mi herramienta para prometerme que siempre habría un después, que la lucha diaria sería recompensada con el mañana, confiaba en que las acciones tendrían sentido. Nunca he podido fechar el momento en el que todo eso desapareció de mí, el instante en que me convencí, ¿o debo decir me convenciste?, de que ya no habría un anhelo que pudiese cumplir, en el que comencé a sentir la paz de no tener ánimos. No, definitivamente no era que el dolor o las desgracias desaparecieran, no significaba que hubiera dejado de soñar, tampoco que el mundo fuese un mejor o peor lugar, simplemente ya nada de eso importaba. No tenía porqué tener preocupación en un mundo en el que al parecer todo carecía de sentido. Sin causa no existe efecto y para mí ya estaba perdido.-
-Me asombra que pienses que aún a alguien le importas, tal vez sería mejor decidirlo ahora-.
-Sin advertir siquiera el cómo o el cuándo, me descubrí en el limbo de los acontecimientos, jamás pude parar el vertiginoso paso de la vida, y decidí tan sólo detenerme a observarla sin ser ya parte de ella. Después de haber sentido en carne viva toda mi existencia, de pronto tuve reposo, y una extraña sensación de egoísmo me envolvió, me di cuenta de que el mundo no notaba y mucho menos sufría mi abandono, seguía girando y a nadie afectaba mi retiro, la única que lo sabía era yo. Descubrí entonces la extraña realidad de la inexistencia, me sedujo el poder decir que no a las necesidades ajenas para satisfacer la única que tenía en ese momento, descansar de una vida vivida al máximo y sin embargo vacía y frustrada-.
-¿Lo ves?, tu pasado no puede ser más que una vieja proyección de tu futuro o sea tu presente, sigues siendo un fracaso, ¿por qué insistir?-
-Me había dedicado siempre a cumplir expectativas y probarme cosas que descubrí sin sentido, la prueba de ello es que allí estaba yo, deseando simplemente no ser nada. Me agotó de pronto el deseo de poner fin a eso. Me miré en el pasado y me di cuenta que siempre había luchado por no dejarme vencer por la siempre seductora idea de quedarme atrapada en mis fantasías, que se antojaban más importantes y felices que mi realidad; la niña, la adolescente y lo que fuera que era en ese momento, siempre buscaba reprimir ese deseo y fue cuando decidí probar esa parte negada de mí misma.
En alguna época yo no era así; recuerdo que el cansancio me provocaba insomnio, eso me enorgullecía pues consideraba el dormir como un desperdicio de vida, pero de pronto sentí necesidad de dormir, mi cuerpo lo exigía pero no era capaz de hacerlo, !pobre!, estaba acostumbrado a quedar en segundo término ante mis pretensiones. Tuve que provocarlo y dos dosis de té, me hacían dormir las ocho horas diarias que nunca me había permitido. No supe en qué momento dejaron de ser necesarias las infusiones, me encantaba soñar. Mi cambio de hábito no pudo tranquilizar mi vieja pesadilla, la ansiedad que me atacaba y consumía mi energía, orillándome al llanto y la desesperación seguido del inevitable deseo de dormir. Me hubiera gustado correr; ya no había esperanza, aunque hubiese corrido, sabía que no había en el mundo un lugar al cual llegar y en el cual poder esconderme de aquéllo que tanto miedo me daba, yo misma.