
Nunca he querido ser parte del estereotipo, no me siento cómoda perpetuando las etiquetas, me parecen aburridas maneras de conformarse con lo que se es o lo que nos gustaría que pensaran que somos.
Es por ello que cuando pienso en mi amor por la escritura y la imperiosa necesidad en practicarla, me parezco pretensiosa al esperar que quienes me rodean sufran la misma fiebre que yo, que se angustien y disfruten on la misma violncia con que yo lo hago, y por eso me ha sido preferible callar.
Guardar silencio para aparentar que no me mata la desesperación de no haber producido nada en el último año; que no me frustra el no encontrar el papel y la pluma que me hagan sentir que son las herramientas perfectas y tener en cambio cientos de hojas que simplemente no me provocan nada.
Evitar que noten mis repentinos accesos de furia, cuando después de mucho esperar, la palabra y el momento exacto escapan de mi vida al no tener cerca por lo menos una servilleta y un carbón para perpetuar esa efímera idea que bien sé, nunca volverá a aparecer.
Que no imaginen que mis ataques de ansiedad son la respuesta ante el cautiverio que ejerzo sobre las ideas que se quieren escapar de mi mente. Todo eso lo soporto porque no quiero que piensen que lo que siento y hago, es la manera de llamar la atención para ser reconocida como la persona que no escribe bien, pero que por lo menos "ya tiene lo extravagante de los escritores".
En realidad preferiría ser reconocida como aquella que de escritora no tiene nada más que una buena prosa.
Quizás es por ello que he tratado de no darme a notar, que he huido ante las posibilidades de especializarme, es por ello que me he dedicado a tener un bajo perfil entre mi gente, mordiendo mi lengua para no gritar que soy como soy y que no puedo cambiarlo.
Aún ahora creo que nunca he querido demostrar a nadie de lo que soy capaz y todo por el temor a ser catalogada. A veces he deseado tener una doble vida que me permita acceder al círculo literario que tanto deseo y otra que me deje perpetuar mi eterna imagen de no ser nada.
Aquí está la parte en la que vuelvo a temer, y sin intención alguna de sonar como un cliché de escritora incomprendida y artista a la que no se le hace justicia, debo decir que mi miedo se debe a mi desconocimiento acerca de mis semejantes.
Y es que a pesar de lo que convenga creer, supongo que deben existir más personas que vivan la literatura con el mismo coraje, que leven más allá de un pasatiempo la lectura de un buen libro o la creación de otro.
Crear y formar, la eterna inquietud de creerse Dios, pero la literatura te permite ser el orquestador de algo ya creado, de algo ya vivido y que sólo con la suficiente libertad e imaginación, podrá transmitirse.
Tan solo cuando pueda obtener dicha libertad para valorar mis trabajos, podré dejar descansar esta furia que calcina el alma y atormenta el cuerpo. Supongo que a eso debo todos mis temores. Sin embargo hay algo que preveo como positivo, de una inesperada forma, encontré a quien me gustaría que fuera mi guía para lograr exorcizar esos temores del alma, porque me ha contado su experiencia y porque admiro su arrojo y valentía.
De una manera misteriosa y casi mágica, se abrió ante mí una oportunidad de compartir con alguien lo que siento y que tanto he anhleado en mi vida. De alguna forma el hallarlo en mi camino me permitió saber que no estoy sola en esto.
Todo fue en un loco arranque, que decidí escribir con el alma, como antes acostumbraba; sé perfectamente que el texto no era nada brillante, pero fue probablemente el tema y la desesperación que reflejaba lo que llamó su atención y por lo que decidió darme respuesta.
Fue entonces como un ensayo se convirtió en la catarsis perfecta de mi atormentada vida sin letras; traté de exponer mi angustia, mi pena y mi cobradía, fue como desnudar mis sentido en la espera de la tan necesitada comprensión. Y es que alguien dijo algo como que la escritura era sacarse las tripas y hacer con ellas una hoguera y creo que lo entiendo.
Pienso firmemente que la sensibilidad del escritor, sólo se comprueba cuando puede sentir una lectura; algo como empatizar con otros autores, de otro modo no podría expresarse bien para hacerse comprender.
Sé que a pesar de los fallos técnicos y estilísticos, puede ser tan buena para transmitir ese llamado de auxilio que por fortuna, tuvo el mejor lector, mismo que no hizo oídos sordos y decidió escribir líneas tan motivantes que continúan emocionándome al recordarlas.
Descubrí entonces que no camino a solas, que basta echar abajo el ego para notar que hay más personas luchando por la literatura; que al igual que yo, se han enfrentado a mucho con la simple motivación de poder arrancar a su mente las frases exactas, mismas que sigan siéndolo al ser plasmadas en papel.
Porque nada que valga la pena es tan sencillo como sólo desearlo, y la literatura vale muchísimo la pena, or lo que alcanzarla se convierte poco a poco en la búsqueda eterna que de cuando en cuando deberá hacerte sentir deidad y que mayoritariamente será desmoralizante.
Y es que a ella no se puede dar medio tiempo, se debe entregar el alma pedazo a pedazo, sangrante y latente. No hay escrito, por absurdo que parezca, que no guarde entre sus líneas parte de la vida de su creador.
No debe ser casualidad la vida solitaria y aventurera del escritor, me niego a creer la teoría del cliché, debe ser más bien la ofrenda requerida para arrancar inspiración desde el olvido o la más futil diversión.
Debe ser que la desgracia mayor de poseer la fiebre literaria es su renuencia al contagio indiscriminado y el celo a compartirse, a ella no se le puede traicionar, la infidelidad no le va bien, se debe vivir por y para ella sin importar lo que se quede en el camino.
Lo afirmo porque al intentar negarme a su llamado viví la más angusiosa muerte y morí cada día de mi vida. Es doloroso no poder hacer que a aquellos que amas puedan contagiarse a la fuerza.
El dolor radica en la consigna de saber que la preferencia la tendrá ella; la escritura. No es entonces el precio del buen escritor convertirse en estereotipo, sino más bien el destino del autor de abrazar y encarnarse de la necesidad de escribir, hasta que la terrible lucha, permita ser lo bastante fuerte para abandonarlo todo y dedicarse solamente a ella.
Cualquiera pensaría que es un precio muy alto, pero el llamado es tan fuerte que habría que vivirlo para saber que lejos de ello, nada importa ya. Es necesario haber estado en los extremos para saber qué es más imperioso.
Yo sigo temiendo ser etiquetada, pero de pronto me traiciono y me es imposible seguir amordazando este cúmulo de sentimientos que galopan y me queman para hacerme saber cómo y para qué quiero vivir.
Karla Guadalupe Ramírez Cruz.