miércoles, 7 de noviembre de 2007

Sigo negándome a transigir

A veces me niego a transigir, me cuesta mucho aceptar la transición de mi propia escritura; el amor y desencanto no son como antes las fuentes inagotables de mi inspiración, ahora mi vida ha encontrado una suerte de remanso o estabilidad en aquellos los temas más recurrentes de la escritura universal...el amor y desamor.
No me refiero en cambio a un repentino olvido o la paulatina muerte del corazón, por el contrario acepto la buena fortuna que me brinda la felicidad histérica y abrupta del amor bien correspondido y con ello la obligada ingratitud de quien lo tiene casi todo, incluso el atrevimiento de aceptarme incompetente para ensalsar mi tesoro como antes trataba de inmortalizar mi dolor.
Afirmar que se trata de una condición meramente humana, me supedita al egoísmo de creer que soy el ombligo del mundo, aún cuando a estas alturas ya ha nadie, incluyéndome a mí, le importe.
Me niego a ser del promedio y a la vez pareciera que me empeño en seguir los estándares, tengo miedo de mí, de hundirme en la mediocridad de mis miedos; de ser yo mi único lastre, de no poder escapar a mis propios deseos.
Soy sin duda alguna, una persona avejentada, cansada de haber vivido en pocos años lo que se espera vivir en toda una vida; soy alguien avejentada pero no por ello madura. El cansancio y el hastío son características de mi alma, que entre tantos caminos recorridos, sigue sin aprender absolutamente nada.
Mi ignorancia revive mi renuencia a hablar de algo más que no sea yo, mi ego decrecido por el tiempo, me exige omitirme al existir, gritándome que ya no hay nada especial, nada que pudiera contar o que a alguien le interese leer; aún ahora sé que mis frases quedarán vacias ante un mar de desencantos furtivos sin un lector que les dé vida y permita se desenvuelvan en la manera a que toda expresión tiene derecho.
Mi lucha infructuosa por continuar lo que tanto anhelé en mis rimeros años de vida, se antoja muerta a los pies de los primeros años, los más duros que me quitaron la altanería del hambre de insistir en vivir todos los que me resten...

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