miércoles, 9 de mayo de 2007

Reflexión literaria y confesiones ambiguas

La labor de un escritor puede parecer además de sencilla, una de las profesiones más cómodas, pues no cabe duda que pensamos en las ventajas de poder decir lo que no somos capaces de expresar cotidianamente, y mejor aún, poder colocar nuestras palabras en boca de seres carentes de un cuerpo y sencillamente inexistentes.
Pero hemos de ser muy injustos en no reconocer que es probablemente dicha comodidad, la más pesada cruz de quien a la escritura se dedica, pues lo que se antoja una sencilla tarea, no es sino otra cosa que inmortalizar los miedos, frustraciones o simplemente los pensamientos más íntimos de quien lo escribe.
Lo más curioso es que en contraste a lo que los lectores creemos, el autor no puede nunca deslindar de sus personajes su propio ser y naturaleza, utilizando cada una de sus experiencias para la creación de los personajes y completándolo con su personal manera de ser.
Esto en el caso de un actante cuya vida represente algo positivo puede ser aplaudible y digno de reconocimiento.
Sin embargo el problema se presenta cuando ha de representarse alguna personalidad detestable y repulsiva, pues expresamos aquello que más odiamos de nosotros mismos exponiendolo de manera inconciente ante el escrutinio público, quedando desnudos de pronto ante el lector que nos honra con su atención.
De esta manera, puedo afirmar que en ocasiones mi fantasía se basa en mi más íntima realidad, por ello alguien puede llegara saber que me he sentido como la puta de mis guiones y que he sido tratada como la loca de mi narración.
Si he dicho todo esto es porque es por mi elección gracias a la cual puedo mostrarme como un libro abierto, permitiendo que ocurra la doble tarea de leer el texto y descubrir a la postre, cuál es la parte real y propia de lo que he hablado.
Es así como podemos hallar distintas formas de entender, disfrutar y estudiar un mismo texto, pues todo depende de la habilidad del escritor pero mayoritariamente de la capacidad de asombro y la habilidad del autor por brindar vida propia a cada uno de los personajes o situaciones, ya que en una relación simbiótica nadie es nada sin el otro.

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