El más reciente libro de Geney Beltrán Félix lleva por nombre Habla de lo que sabes, elocuente frase con distintas acepciones, que puede tratarse de un reto directo para el lector o de una confesión que el autor nos comparte, haciendo gala de su talento narrativo del cual esta publicación es muestra inequívoca, en la que remueve y llega a trastornarnos: ¿tal vez por sentirnos aludidos?
Las debilidades a las que nuestro esquema social nos ha expuesto son el pretexto para la descripción que, en distintos escenarios, edades, épocas y contextos, nos hace Geney acerca de la personalidad de ese nuevo individuo que vive sin pertenecer y que actúa por la inercia de una vida que le han vendido como la correcta. Este individuo se frustra y llega a destruir los límites, al sentirse incapaz de conseguir aquello que le han vendido como la idea de éxito, viviendo sin saber para qué ni hacia dónde dirigirse, con la única certeza de nunca tener su destino en las manos.
Ese nuevo individuo que, atrapado en una ciudad, se siente ajeno y cuya presencia se expande cada vez más es, en cada una de las distintas historias, el protagonista que nos introduce a las entrañas de una realidad cruda a la que no siempre hacemos caso y de la cual tal vez somos actores. Las historias nos presentan, en un sentido pleno, el llamado arte literario, del cual el escritor debe conocer y dominar la estética de las letras, tomando como única finalidad la de tratar de dibujar, con palabras, aquello que sabe y que, sobre todo, necesita decir.
Es digna de reconocer la valentía del autor que se atreve a confesar desde el título de la obra, su pertenencia a los temas tratados, tal vez no como protagonista directo, sino como testigo de una época que nos pertenece y de la cual la mayoría de los coetáneos preferimos sentirnos simples e indiferentes espectadores.
Por lo anterior, durante la lectura y ante lo incisivo de las historias, me atrevo a preguntar: ¿qué derecho tiene Beltrán a desvelar, con sus potentes historias, algunos de los secretos mejor guardados de sus lectores?, ¿qué se cree Geney para atraernos a una realidad que muchos hemos preferido evadir?
Precisamente esa evasión, el sentimiento falso de abstracción ante lo que nos lastima y exige ser expulsado, es el semillero de las debilidades de los personajes de cada una de las diez historias. Es también eso lo que nos hace correr en medio de la devastación de un terremoto, absortos ante las necesidades ajenas de una sociedad que nos ha marcado y de la que nos alejamos para seguirnos preguntarnos individualmente si hemos tomado las mejores decisiones.
Beltrán no pudo ejemplificar mejor la desolación del ser humano que ha sido tragado por las ciudades. La soledad es cobijada por la apatía del individuo que ha dejado de pertenecer a cualquier lado y que vive soñando con cosas por las que no está dispuesto a luchar, cansado por estar perdido entre la inmensidad de los lugares y la gente.
Ese mundo de extraños -en el que incluso nuestros familiares y amigos pierden sus rostros y se sumergen en el anonimato, anexándose a las vidas de los demás, no siempre por decisión, sino por imposición del destino aquí representado por doña Rufina- parece decirnos a cada instante: “Sé que eres comprensivo, hazles espacio… No seas grosero”.
La ciudad es entonces la verdadera celda, una metáfora kafkiana para quienes nos hemos sentido perdidos en un lugar incierto, ajeno y lejano en donde nada es homogéneo y todo es posiblemente absurdo. Lugares en donde la desesperanza nos genera ensoñaciones de un mundo perfecto creado en nuestra mente y al que finalmente terminamos renunciando por el imponente temor de sentirnos responsables de nosotros mismos.
Si antes la ociosidad fue madre de los vicios, ahora la indiferencia es la mejor maestra de la delincuencia y la violencia; nos hemos blindado de ella como única forma de sobrevivir, sin responsabilidad ante el desolado mundo que heredamos, y que día a día es presentado sin escrúpulos en las noticias, cine, libros.
La nueva moda de representar la cultura de la violencia mexicana, cargada de un excesivo e innecesario aire crudo y vulgar que trata de mostrar a nuestra época con palabras vacías que sólo consiguen acostumbrarnos fríamente a lo que debíamos condenar, me hace sentir defraudada: lucho en mi cabeza por aclarar que ese exceso de realidad está por encima de la estética, y de ninguna manera representa nuestras vidas.
Ésa es una de las grandes diferencias entre la literatura que pretende sacar provecho de la triste situación de nuestros tiempos, y la literatura real como la de Beltrán Félix, quien no puede ocultar su imperiosa necesidad de exorcizar, mediante las letras, aquello que lo preocupa y lo agobia, dejando en cada una de sus líneas una parte de sí mismo y permitiendo al lector, apropiarse de sus experiencias.
El triunfo de la estética literaria tradicional de Geney, ante la exposición mediática de personajes que lucran con nuestra problemática social, es la mayor sorpresa que el lector tiene ante Habla de lo que sabes, porque cuando podíamos pensar que habíamos perdido la sensibilidad ante la crueldad de lo cotidiano, llega Beltrán Félix para hablarnos de aquello que él sabe y que no es ajeno para nosotros; aquello que conoce tan bien que hace imposible para el lector mostrarse indiferente, removiendo la conciencia que muchos preferimos guardar.
Los temas que se presentan son irrefutablemente los mismos que vemos, leemos y escuchamos a diario: la diferencia está en que, acostumbrados a la frialdad de los noticieros, es imposible desestimar la revalorización y reflexión que de ellos hace nuestro autor.
Escribir bien no sólo incumbe a la estética, ni sólo al interés. Quien olvida uno de estos elementos por anteponer al otro cae irremediablemente en una farsa que hace a su escrito vacío y falso, insultando la inteligencia de los lectores, de quienes se presupone la incapacidad de diferenciar aquello que se escribe como una auténtica e inmediata necesidad de expresarlo o de quienes lo hacen por la necesidad de vender.
Vuelvo a plantear la pregunta de hace unas líneas: ¿tiene derecho Beltrán a sacudir la conciencia de quienes caemos en la apatía? Mi respuesta tras leer su libro es indudablemente que sí, tiene ese derecho ganado de hablar de lo que sabe, sea bueno o malo: la reacción es sólo la prueba de la maestría con la que escribe. Si los relatos son desgarradores y sobrecogedoramente brillantes, es gracias a la labor del escritor, quien cumple su promesa inicial dejando un texto digno de estudio como parte de la nueva narrativa mexicana.
Los escritores deben sentir aquello que expresan. El monstruo de la ciudad y su impacto en el individuo fueron en este caso aquello urgente que Beltrán nos cuenta y que es evidente que atormenta su alma, haciendo impostergable para el lector completar el ciclo y aceptar finalmente que nosotros lo entendemos, porque también lo sabemos, quizá no de la misma forma pero seguimos siendo Sara o los hijos de ella, perpetuando esquemas, esperando con pasividad la llegada de un Humberto que haga por nosotros lo que tratamos de evadir, simplemente callando… [Geney Beltrán Félix, Habla de lo que sabes, México, Jus, 2010].
miércoles, 19 de mayo de 2010
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