La maldita memoria sentimental es la causa de nuestros peores infortunios. No debía serlo pero lo es; el mejor pretexto para continuar con una vida llena de desatinos y morales confusas que a lo largo del tiempo nos obligan a caer una y otra vez en los errores que nos habíamos jurado evitar. Es eso o quizás la memoria afectiva no haya tenido nunca tanto que ver con la inconsciente necesidad que tienen algunas personas para perpetuar la imperiosa necesidad de sentirse al borde del precipicio para poder sentirse vivas.
Ese precipicio que para algunos puede ser el cañón de una pistola, una soga tendida al cuello o simplemente el recuerdo de una vieja y aletargada pasión pueden ser los que de una vez terminen la existencia que se antoja inútil sin tener el dolor que te hace recordar que eres humano o que sean capaces de provocarlo para imprimirle cierto sentido a la existencia.
En el caso más extremo pero sencillo, la vida y la búsqueda de esa espina en el corazón, termina con una dosis de plomo en la cabeza o con una soga rompiendo tu cuello, evitando de esta manera una vida sin sentimientos profundos como el sentirse nuevamente querido o simplemente sentir que se es capaz de querer.
Pero entre todas las maneras ya mencionadas, está la más cruel, aquella que determina la naturaleza de la persona, pues no cualquiera es capaz de provocarse un infortunio con la única intención de vivir con él, y sentirse pleno al sufrirlo día con día,hablo de esa necesidad enfermiza de aventurarte al recuerdo del pasado, de eso que te dañó y te hizo tocar las entrañas mismas del infierno conocido pero del que a pesar de todo, dependes.
Para obtener ese definitivo placer basta un sencillo detonador para volver a vivir paso a paso el viacrucis del que lograste sacar completa tu alma, en miles de pedazos rota pero entera, en donde ya no importa la dignidad perdida si dentro de ti mismo te regocijas haciéndote pagar gota a gota cada una de las lágrimas derramadas, porque después de todo es terrible saber que de nada sirvió.
Es entonces cuando vuelven los recuerdos, aquellos revividos de entre escombros, cuando de pronto te percatas que hay en tu ropa ese aroma conocido y sientes como tu cuerpo sigue estando lleno también, cómo es que el fantasma del pasado se adhirió a ti para convivir en cada paso de tu vida, y lo que más lamentas es darte cuenta hasta ahora y sentir que has perdido tiempo para deleitarte con el perfume que alguna vez te hizo llenarte de ilusiones.
Te das cuenta de la mentira, nunca se ha ido y te perseguirá hasta la muerte, es constante y envolvente pero en realidad eso no te importaría del todo sino estuvieras tan necesitada de ti. A veces el sufrimiento es la única manera de dedicarnos ese espacio en el que lamerse las heridas es la prioridad más íntima y urgente.
De pronto tu mente está plagada de deseos, de regresar a aquel momento, de decir lo que tanto dolió callar, de disfrazarte de culpa y caerle encima y escupirle al rostro todo el daño causado por no haber sido honesto.
Lo peor es caer en la cuenta que sin todos esos recuerdos vagos, estarías vacío. Lo terrible es que nunca terminaremos de culpar a los demás y nunca aprenderemos a vivir con la felicidad de los que simplemente la merecen, hemos pues de sobrevivir recriminándonos por todo porque se vuelve el modo de vida de quienes no pueden sentir más que eso, de quien tiene que revivir la miseria para poder merecer el aire, de aquellos que bien a bien, nunca aprenderemos a vivir.
lunes, 20 de octubre de 2008
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